¿Me extrañaban? Yo sé que no mucho. Yo tampoco extrañaba esto, y creo que por eso es aún más divertido volver. Hace unos días llegó la factura de este dominio y pensé: ¿vale la pena renovarlo? Mientras escribía esto, aún no lo decidía. Pero, si están leyendo esta entrada, de seguro sucumbí. O decidí volver a Blogspot, como en el inicio, por allá en 2011. Sinceramente, este espacio siempre ha sido un lugar extraño de experimentación, de conectarme con mis ideas, de pretender que puedo ser mi propio estratega de marketing, y aprender de lo que surja para crear cosas en otros entornos. Resulta también irónico que el punto de partida de la historia de moda que construimos por tantos años, sea una ventana olvidada a la que miro cada cuatro años.
Y qué
curioso que vengo acá, hoy, a quejarme de una nueva generación. Sobre todo,
cuando este fue un espacio para defender la inocencia y la ingenuidad de crear
sin mayor idea del mundo. Y aún no tengo tantas ideas como quisiera, y mucho
menos sigo siendo una parte activa de esta nube de comentaristas que inundaron
los canales digitales. Pero tengo las suficientes para poder pegar el grito en
el cielo, como el old man yells at cloud.
La vida
sigue en ese camino de la distopía que he aprendido a disfrutarme, y siempre
será irónico que un tipo tan aburrido como yo hable de la inestabilidad y el
caos como una constante. Pero hemos aprendido a fluir en nuevos escenarios, y
estamos orgullosos de eso. Y nuestra visión ha cambiado, más de lo que
disfrutamos admitir y menos de lo que deberíamos. Pero ha cambiado.
Es en esta
transición en la que surge la idea de este post. El color se volvió parte
esencial del clóset, aprendimos a vestirnos para otros climas, experimentar con
siluetas se nos volvió una fascinación adquirida, y cada día desdibujamos
cualquier línea que pueda definir cuál es nuestro estilo. Esas licencias que se
permite uno luego de llevar más de diez años identificándose con una industria
que sigue siendo un universo inalcanzable. Y, como un orgulloso late
millennial, no deja de sorprenderme el hecho de que esa idea no migró a la
generación siguiente.
Mi ojo de
etnógrafo mediocre capta un par de cosas. Los uniformes sociales, las
tendencias que se quedan más de lo estimado, la velocidad de consumo que cada
día tiene menos sentido, esas cosas ya no pasan desapercibidas. Y notarlas hace
parte de un panorama cargado de insights que parecen solo comentarios lanzados
al aire.
Yo sigo sin
entender qué entienden por el concepto aesthetic, aun cuando me han acusado de
tal crimen más de una vez. Sigo sin comprender cómo se construyen, de forma
identitaria, las estéticas de los pelades. En especial, porque ese salto
generacional donde el consumo es veloz y la identidad es un objeto casi que de
opinión pública, sucedió de un modo… inesperado. Hoy por hoy, el eje del
entretenimiento se volvió ese consumo indiferente e inevitable de contenidos,
en el que cualquier cosa puede o no ser una tendencia. Todo parece relevante en
esa nube digital de videos cotidianos en los que la curaduría es un proceso
casi accidental, y en los mercados que se adaptan en suplir una demanda que
puede o no suceder, dependiendo de qué tantos fotogramas traten de volverlo un
hecho tangible.
Pero un par
de cosas sí se volvieron el estándar. Sacrificamos los skinny jeans en aras de
la comodidad (pero eso les pasa porque nunca aprendieron cómo comprar jeans
cómodos, y no es culpa de los skinny amadosadoradosnopuedovivirsinellos), y la
paleta de color se volvió… aburrida. ¿Alguna vez, en esos saltos generacionales
de una suerte de evolución social del último siglo, tuvimos una paleta estándar
tan mediocre?
Pienso en
el groovy, que hizo su comeback hace un par de temporadas. Y en el Y2K, que
hizo lo suyo por allá en el 2022. Y hasta el problemático coquette, lleno de
ideas retrógradas sobre el vestuario (y la feminidad, pero eso es otro tema). Y ninguna de esas paletas era un masacote
de grises, blancos y cremas sin alma…
Y este
rant, porque es eso, un rant, viene a quejarse de esa idea del uniforme social
en un entorno que se presta para todo, menos para eso. Entonces nos toca
conversar sobre el acceso a la información, la velocidad del contenido, la
variedad de voces, el exceso de nichos y una defensa casi que irrefutable de la
individualidad; que se convierte en una masa donde los chiros perdieron una de
sus categorías más importantes en su construcción semiótica como lenguaje: la
expresión.
Porque,
además de sentirte cómodo, ¿qué expresas con un jogger beige? Es una prenda que
habla como una h, silenciosa y hecha para cumplir unos casos particulares que
requieren un sonido específico, pero muda en esencia.
Mi look favorito del año, en clave neón y colorcitos muy millennials. |
Y diría Twitter, porque este rant se cocina desde un tuit de como por allá en mayo, sobre estar en “the gayest of times”. Y no sé si resulta una queja segmentada o si, como comunidad, luego de cargar en nuestros hombros el peso de la historia de la moda contemporánea, la expectativa es muy alta, pero, ¿de dónde viene ese sentir más queer de cumplir con ese código uniforme casi que a rajatabla?
En uno de
esos análisis medio antropológicos que se hacen al consumir contenido porque, y
párenle bolas a esto, ahora grabo videos para tiktok, me surgió esa pregunta.
¿Por qué en the gayest of times es cuando más obsesionados estamos con la
tibieza del beige? ¿Es tal vez una muestra de que el vestuario pasa a un
segundo plano cuando tenemos una libertad de expresión mayor? ¿Es acaso un modo
más de decir que dejamos ir la idea de los íconos queer cuando nuestra
existencia deja de ser una protesta en sí misma? No lo sé.
Pero, para
no hacer más extenso este cuento, esta es una carta abierta al color. A las
siluetas, en todas sus formas, a los brillos cotidianos, a las muestras de
individualidad, a la comodidad de la exuberancia. Y un cuestionamiento
constante a construir identidades a partir del vestuario. A volver a
divertirnos, a mostrar, a hacer voltear cabezas, a incomodar, a recordar que
hay algo maravilloso en volver memorable lo cotidiano. Y, sobre todo, a
recordar que en the gayest of times, lo último que tenemos que ser es
heteronormados.
Por su
atención, gracias,
Camilo
Alberto.