lunes, 5 de agosto de 2024

Un rant sobre el color, el streetwear, las siluetas amplias y los zeticas

¿Me extrañaban? Yo sé que no mucho. Yo tampoco extrañaba esto, y creo que por eso es aún más divertido volver. Hace unos días llegó la factura de este dominio y pensé: ¿vale la pena renovarlo? Mientras escribía esto, aún no lo decidía. Pero, si están leyendo esta entrada, de seguro sucumbí. O decidí volver a Blogspot, como en el inicio, por allá en 2011. Sinceramente, este espacio siempre ha sido un lugar extraño de experimentación, de conectarme con mis ideas, de pretender que puedo ser mi propio estratega de marketing, y aprender de lo que surja para crear cosas en otros entornos. Resulta también irónico que el punto de partida de la historia de moda que construimos por tantos años, sea una ventana olvidada a la que miro cada cuatro años. 

Y qué curioso que vengo acá, hoy, a quejarme de una nueva generación. Sobre todo, cuando este fue un espacio para defender la inocencia y la ingenuidad de crear sin mayor idea del mundo. Y aún no tengo tantas ideas como quisiera, y mucho menos sigo siendo una parte activa de esta nube de comentaristas que inundaron los canales digitales. Pero tengo las suficientes para poder pegar el grito en el cielo, como el old man yells at cloud.

La vida sigue en ese camino de la distopía que he aprendido a disfrutarme, y siempre será irónico que un tipo tan aburrido como yo hable de la inestabilidad y el caos como una constante. Pero hemos aprendido a fluir en nuevos escenarios, y estamos orgullosos de eso. Y nuestra visión ha cambiado, más de lo que disfrutamos admitir y menos de lo que deberíamos. Pero ha cambiado.

Es en esta transición en la que surge la idea de este post. El color se volvió parte esencial del clóset, aprendimos a vestirnos para otros climas, experimentar con siluetas se nos volvió una fascinación adquirida, y cada día desdibujamos cualquier línea que pueda definir cuál es nuestro estilo. Esas licencias que se permite uno luego de llevar más de diez años identificándose con una industria que sigue siendo un universo inalcanzable. Y, como un orgulloso late millennial, no deja de sorprenderme el hecho de que esa idea no migró a la generación siguiente.

Mi ojo de etnógrafo mediocre capta un par de cosas. Los uniformes sociales, las tendencias que se quedan más de lo estimado, la velocidad de consumo que cada día tiene menos sentido, esas cosas ya no pasan desapercibidas. Y notarlas hace parte de un panorama cargado de insights que parecen solo comentarios lanzados al aire.

Yo sigo sin entender qué entienden por el concepto aesthetic, aun cuando me han acusado de tal crimen más de una vez. Sigo sin comprender cómo se construyen, de forma identitaria, las estéticas de los pelades. En especial, porque ese salto generacional donde el consumo es veloz y la identidad es un objeto casi que de opinión pública, sucedió de un modo… inesperado. Hoy por hoy, el eje del entretenimiento se volvió ese consumo indiferente e inevitable de contenidos, en el que cualquier cosa puede o no ser una tendencia. Todo parece relevante en esa nube digital de videos cotidianos en los que la curaduría es un proceso casi accidental, y en los mercados que se adaptan en suplir una demanda que puede o no suceder, dependiendo de qué tantos fotogramas traten de volverlo un hecho tangible.

Pero un par de cosas sí se volvieron el estándar. Sacrificamos los skinny jeans en aras de la comodidad (pero eso les pasa porque nunca aprendieron cómo comprar jeans cómodos, y no es culpa de los skinny amadosadoradosnopuedovivirsinellos), y la paleta de color se volvió… aburrida. ¿Alguna vez, en esos saltos generacionales de una suerte de evolución social del último siglo, tuvimos una paleta estándar tan mediocre?

Pienso en el groovy, que hizo su comeback hace un par de temporadas. Y en el Y2K, que hizo lo suyo por allá en el 2022. Y hasta el problemático coquette, lleno de ideas retrógradas sobre el vestuario (y la feminidad, pero eso es otro tema). Y ninguna de esas paletas era un masacote de grises, blancos y cremas sin alma…

Y este rant, porque es eso, un rant, viene a quejarse de esa idea del uniforme social en un entorno que se presta para todo, menos para eso. Entonces nos toca conversar sobre el acceso a la información, la velocidad del contenido, la variedad de voces, el exceso de nichos y una defensa casi que irrefutable de la individualidad; que se convierte en una masa donde los chiros perdieron una de sus categorías más importantes en su construcción semiótica como lenguaje: la expresión.

Porque, además de sentirte cómodo, ¿qué expresas con un jogger beige? Es una prenda que habla como una h, silenciosa y hecha para cumplir unos casos particulares que requieren un sonido específico, pero muda en esencia.

Mi look favorito del año, en clave neón y colorcitos muy millennials.

Y diría Twitter, porque este rant se cocina desde un tuit de como por allá en mayo, sobre estar en “the gayest of times”. Y no sé si resulta una queja segmentada o si, como comunidad, luego de cargar en nuestros hombros el peso de la historia de la moda contemporánea, la expectativa es muy alta, pero, ¿de dónde viene ese sentir más queer de cumplir con ese código uniforme casi que a rajatabla?

En uno de esos análisis medio antropológicos que se hacen al consumir contenido porque, y párenle bolas a esto, ahora grabo videos para tiktok, me surgió esa pregunta. ¿Por qué en the gayest of times es cuando más obsesionados estamos con la tibieza del beige? ¿Es tal vez una muestra de que el vestuario pasa a un segundo plano cuando tenemos una libertad de expresión mayor? ¿Es acaso un modo más de decir que dejamos ir la idea de los íconos queer cuando nuestra existencia deja de ser una protesta en sí misma? No lo sé.

Pero, para no hacer más extenso este cuento, esta es una carta abierta al color. A las siluetas, en todas sus formas, a los brillos cotidianos, a las muestras de individualidad, a la comodidad de la exuberancia. Y un cuestionamiento constante a construir identidades a partir del vestuario. A volver a divertirnos, a mostrar, a hacer voltear cabezas, a incomodar, a recordar que hay algo maravilloso en volver memorable lo cotidiano. Y, sobre todo, a recordar que en the gayest of times, lo último que tenemos que ser es heteronormados.

Por su atención, gracias,

Camilo Alberto.

  

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